Confieso que, desde hace aproximadamente dos años, nunca más he vuelto a escuchar la radio (de la televisión me deshice hace aproximadamente el doble de tiempo).
Yo, que era un adicto a las ondas hercianas, que las usaba como banda sonora de fondo mientras trabajaba o viajaba, que la usaba para acompañarme en las noches insomnes, apagué el receptor y nunca más lo he vuelto a encender.
Maticemos: escucho decenas de horas de radio a la semana (y de televisión), pero no por los cauces tradicionales. Lo que hago es descargarme podcast (o películas y series), y generalmente ni siquiera son podcast comerciales o procedentes de emisiones de radio, sino podcast producidos por aficionados, por tipos que dedican parte de su tiempo en hacerlos realidad, como ocurre con muchos blogs. O Wikipedia.
Por ejemplo, soy un fiel seguidor de La óbita de Endor, y particularmente del coronel Kurtz. Sonará esto a esnobista insoportable o simplemente a típico Épater le bourgeois que uno pone en un artículo para incentivar la lectura. Pero no es así.
Mi declaración de intenciones es verdadera, y se debe única y exclusivamente a una cosa: huir de la publicidad; la cada vez más ubicua, machacona, repetitiva, zombi publicidad (que irónicamente cada vez resulta menos eficaz).
Por eso escucho podcast: porque lo hago cuando quiero, sobre temas marginales que no resultan rentables económicamente y, por tanto, sin continuas interrupciones publicitarias.
Origen y resto del Articulo: Cuando la radio fue el único medio que no cobraba por su contenido – Yorokobu
Categorías:Podcasting
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